El río mágico de Manrique en las leyendas de Bécquer

Obra: Leyendas

Género: Leyendas

Época: Siglo XIX (Romanticismo)

Autor: Gustavo Adolfo Bécquer





“El rayo de luna” es una leyenda popular recreada por Gustavo Adolfo Bécquer, en su obra Leyendas. Bécquer es un escritor romántico nacido en Sevilla el 17 de febrero de 1836.

Esta leyenda, una de las más conocidas, nos narra la historia de un hombre solitario, Manrique, que se obsesiona una noche con la orla de una mujer y su persecución. Ya en el inicio de la leyenda se nos presenta a Manrique como solitario y soñador, dando rienda suelta a su imaginación en contacto con la naturaleza. Los paisajes que frecuenta Manrique son los habituales de la literatura romántica, cementerios, bosques nocturnos y, cómo no, ríos y puentes. Vemos una muestra en este fragmento de "El rayo de luna":


Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no lo hubiera hecho levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos de un punto del oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.

Los que quisieran encontrarle no le debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra.

-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.

-No sabemos -respondían sus servidores-; acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos, o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará, menos en donde esté todo el mundo.

En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.

Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta; porque Manrique era poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.

Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo largo de los troncos encendidos o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre.

 

 

Para Manrique, el río es un lugar mágico donde habitan seres fantásticos, cuyas voces se confunden con los sonidos naturales del río:

Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo.

En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras ininteligibles que no podía comprender.

Es una obra melancólica que simboliza la esperanza y el amor como un simple rayo de luna

¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba, al andar, como un junco.

Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas, que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba:

-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?

Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a solas, que es por donde se empieza.


 

 

En las leyendas de este autor el agua simboliza principalmente el amor, aunque también podemos interpretarlo como una metáfora de la búsqueda espiritual o incluso como el deseo de la autodestrucción suicida del yo. En esta leyenda, la naturaleza en general, y el agua en particular reflejan el mundo interior del poeta, ya que expresan y transmiten tanto sentimientos como sensaciones, relaciones entre la naturaleza y lo humano, y por supuesto el amor.

El amor es uno de los grandes temas de la poesía de todos los tiempos, y uno de los temas principales de la poesía y prosa románticas. 


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